sábado, agosto 11

como venecitas en la pared


Poquito a poco fue completando ese mosaico, pieza a piecita, azulejo por azulejo, como si de un rompecabezas se tratase. A medida que avanzaba con lo que pretendía ser un dibujo, la forma, la maravillosa forma que adquiría era de lo más extraña. Bastaba que se perfilara hacia lo definido de alguna representación coloquial para que volviera a mutar en su contorno, así como también en sus modos de decir con eso. Encandilaban los colores también. ¡Oh qué bellos colores se pintaban por entre el trasluz que la transparencia de los azulejos convidaba! A la vez que cambiantes, tomaban en su haz una parva de partículas de lo más diminutas jugando a ser otra cosa. Bastaba que se diera cuenta sobre qué estaba diciendo para nuevamente volver a tornarse lo otro, siempre lo otro. Ya que en su afán por restaurar esa pared, apeló sólo al sentimiento que el color le revelaba, pasando por toda la gama de la paleta que permitían los azulejos, partidos, algunos pulverizados; otros en toscos pedazos, y hasta algunos inventados. Lo divertido de esas venezas apiladas al costado del cemento que las pega contra la pared, los cerámicos rotos, quebrados adrede, armó la trama y no porque sí. Porque cada cual irá al lugar que más le venga en gana, algunos volviéndose locos, otros más cautos. Y... no se vuelve loco quien quiere arrimó tímidamente antes de finalizar su jornada; no se vuelve loco quien quiere, pero un poquito de eso no nos vendría mal, concluyó con el suspiro de una indignada seguridad de que nadie lo entendería en aquel momento, justo cuando terminó…

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